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Sabores de Arica:El Arte de Cocinar con Productos Locales

por Raúl Gustavo Paredes

Mi estadía en Arica fue una experiencia transformadora, marcada por los sabores, los saberes y la calidez de su gente. Gracias a la invitación del Espacio Cultural Arganda llegué con el propósito de impartir clases de cocina patrimonial. Iniciativa que contó con el financiamiento de fondos regionales 8% FNDR 2024.

Arica, con su mezcla única de influencias andinas, afrodescendientes y costeras, me recibió con un sinfín de aromas y colores que hablaban de historias antiguas.

Desde el primer día, me sorprendió la generosidad con la que sus habitantes compartieron sus conocimientos. En los mercados, los puestos rebosaban de productos locales como el maíz, las aceitunas de Azapa y la sopa de mani. Cada uno de estos ingredientes era un testimonio de la conexión de la ciudad con su tierra y su mar.

El alma vibrante de Arica también se mostró en sus calles. Tuve la suerte de presenciar los pasacalles caporales, donde los ritmos andinos se entrelazan con una energía contagiosa. Ver a los bailarines, con sus trajes coloridos y movimientos llenos de fuerza, era como asistir a un homenaje vivo a las raíces y el sincretismo cultural de esta tierra. Cada paso, cada tambor resonaba con la alegría y el orgullo de un pueblo que celebra su historia a través de la danza.

En las clases, trabajé junto a estudiantes y cocineros locales en la preparación de platos tradicionales que capturan el alma de Arica.

Cocinamos explorando técnicas ancestrales que han pasado de generación en generación. Mientras cocinábamos, se tejían conversaciones sobre la historia de la región, las tradiciones que resistieron el tiempo y el valor de proteger este legado gastronómico.

Mis días también estuvieron llenos de exploraciones culturales. Visité el Morro de Arica, con su imponente vista al océano, y me dejé maravillar por las momias de Chinchorro, un legado arqueológico que habla de la relación ancestral con la muerte y la vida. Cada rincón de la ciudad parecía contar una historia, y cada historia alimentó mi entendimiento sobre la cocina como un puente entre el pasado y el presente. Al despedirme de Arica, llevaba conmigo mucho más que recetas: llevaba el espíritu de una ciudad que vive su patrimonio con orgullo y autenticidad. Las experiencias vividas allí no solo enriquecieron mi visión como docente de cocina patrimonial, sino que también me recordaron que detrás de cada plato hay un pueblo, una memoria y un futuro por preservar.

Vuelvo a sur con el corazón lleno con sus días soleados, perfectos para recorrer sus playas. Desde la calma de La Lisera hasta la energía de Chinchorro, cada rincón costero era una invitación al descanso y a la conexión con la naturaleza. Allí, bajo el cielo siempre despejado, entendí por qué llaman a esta ciudad la «Ciudad de la Eterna Primavera».

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